Me cuelgo de mis dedos sobre el frío suelo, mi piel es suave pero el interior está agrietado. Ahora ya solo quedamos yo y estas cuatro paredes, y en el fondo, me da lo mismo.
Es la palabra especial que se desvanece entre mis manos, es no poder explicar mis pocas ganas de ti.
Es apostarlo todo y perder la partida, tentar a la suerte y ser vencida por múltiples golpes bajos. Es decir fuertemente aquello que tienes que decir, sin miedo, sin dudas, sin titubear, y entonces retirarte con una reverencia; a pesar de los golpes, a pesar de las miradas que no se fijan en los ojos sino en la acera, es aceptar la derrota y aún así sentirte bien…, porque has luchado respetando las normas.
Tal vez una parte de mí esté decepcionada, tal vez me siento incomprendida en cierta medida; tal vez necesitaba que me salvaran, y no lo hicieron.
Ya perdí mi capacidad para llevar a la práctica todos esos sentimientos, si mis muros antes eran altos ahora son imposibles; y la expresión de indiferencia vuelve a mi día a día, y no es porque yo lo haya decidido sino porque así me siento segura y no tengo que implicarme ni involucrarme en historias en las que en el final las lágrimas solo caen de mis ojos.
Al fin y al cabo, me doy cuenta de que tal vez nunca he dejado de tener razón en cuanto a toda esta… mierda…
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