Quédate, entre mi piel y la tuya, transfórmate en el más intenso vestigio y ponme a secar bajo la luna. Cálzate de mis palabras y ahuyenta mis miedos, y los tuyos, y apaga una a una las luces de la ciudad; una a una las estrellas y envuélveme en tu calor mientras en la cumbre de mis pestañas llega un nuevo amanecer.
Quédate, y aspira a ser esa parte imprescindible de mis recovecos, conoce cada poro de mis pensamientos y en los días en los que todo esté del revés; recórreme poco a poco, y lentamente. Mírame fijamente sobrevolando mi, a veces, frágil cuerpo, y no te asustes cuando intente sincerarme; ni por lo que te cuente. Ten el valor de intentar comprenderme.
Quédate, y respira todo el aire que llevo dentro, mis incansables posturas acerca de la vida, y de lo profunda que pueda llegar a ser mi corta existencia. Acaricia hasta la última gota que baje de mis ojos a mis labios entreabiertos, y suspira en mi cuello mientras la noche se desploma sobre los tejados de aquellos que respiran y parecen estar muertos.
Y sigue aquí, repitiéndome en silencio que estamos vivos, abrazándome en el vaivén de las olas de nuestras respiraciones hasta el final...
No digas jamás; me quedaré a dormir.
Pero quédate.
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