Mi piel se eriza bajo las estrellas que alumbran la espina dorsal de mi espalda. Te busco entre las sábanas que quedaron enredadas en mis piernas desde tu partida, y suspiro en las noches en las que tu aroma vuelve para enloquecer mis ojos oscuros entre más suspiros contra la almohada.
Nunca se va, este sentimiento de impotencia desde que todo cambió; en esa milésima de segundo; esa fracción de mi vida en la que me aferré a tu piel y tu decidiste desaparecer.
Y el cielo me mira desde lo alto, queriendo formar parte del éxtasis de mis pestañas, y me llama "la chica a la que todos querían abrazar", porque mi cuerpo es frágil, pero mi mirada; tan dura, distante, fría...
Y sigue ahí, en noches como esta, pero la gravedad me agarra a mi cama en la que nunca sale el sol y me puedo permitir ser yo misma y hablar de algunos sentimientos, mientras los cristales se rompen ahí afuera y la luna, consternada, intenta protegerme de aquellos que me susurran desde los tejados, reclamando mi presencia, enlazados a esa dulce locura que me envuelve de vez en cuando entre suspiros agitados al desplomarse la cordura y estallar contra el suelo.
Y yo a veces estoy, y a veces no estoy, y es el mundo que gira; pero yo sigo siendo esa niña que piensa que es el cielo, que se mueve.
Supongo que yo también soy parte de todo este teatro que es la vida...
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