- Me encantaría disfrutar de tu compañía todo el tiempo, siempre tienes mucha energía, nunca aceptas un no por respuesta, pero sucede que... - Los ojos. Verdes, sin ningún rastro de maquillaje- ... sucede que...
Puede que sea el agotamiento. Más de veinticuatro horas sin dormir y perdemos casi todas nuestras defensas; estoy en ese estado. Aquel cubículo sin ningún mueble, hecho sólo de acero y de vidrio, empieza a difuminarse. El ruido disminuye, la concentración desaparece, y ya no soy plenamente consciente de quién soy ni de dónde estoy ahora. Hago un esfuerzo, pero no puedo pensar con claridad. Sé que le estoy pidiendo que se comporte, que vuelva al lugar del que ha venido, pero lo que sale de mi boca no tiene ninguna relación con lo que estoy viendo.
Miro hacia la luz, hacia un lugar sagrado, y una ola se acerca hacia mí, llenándome de paz y amor, aunque ambas cosas casi nunca van juntas. Me veo a mí mismo, pero también están allí los elefantes con trompas erguidas en África, los camellos en el desierto, la gente hablando en un bar de Buenos Aires, un perro que cruza la carretera, el pincel que se mueve en las manos de una mujer que está apunto de terminar un cuadro, nieve derritiéndose en una montaña de Suiza, los peces en el océano, las ciudades y los bosques del mundo, todo tan claro y tan gigantesco, tan pequeño y tan suave.
Estoy en el Aleph, el punto en el que todo está en el mismo lugar al mismo tiempo.
Estoy en una ventana mirando el mundo y sus lugares secretos, la poesía perdida en el tiempo y las palabras olvidadas en el espacio. Esos ojos me dicen cosas que ni siquiera sabemos que existen pero que están ahí, listas para ser descubiertas y conocidas sólo por las almas, no por los cuerpos. Frases que son perfectamente comprendidas aunque no sean pronunciadas. Sentimientos que exaltan y sofocan al mismo tiempo.
Estoy delante de puertas que se abren durante una fracción de segundo y luego vuelven a cerrarse, pero que permiten desvelar lo que se esconde tras ellas: los tesoros, las trampas, los caminos no recorridos y los viajes jamás imaginados.
- ¿Por qué me mitas de esa manera? ¿Por qué tus ojos me enseñan todo esto?
No soy yo el que habla, sino la chica, o mujer, que está frente a mí. Nuestros ojos se han transformado en espejos de nuestras almas; tal vez no sólo de nuestra alma, sino de las almas de todas las criaturas que en ese momento caminan, aman, nacen y mueren, sufren o sueñan en este planeta.
- No soy yo... sucede que...
No puedo terminar la frase, porque las puertas siguen abriéndose y revelando sus secretos. Veo mentiras y verdades. Las puertas siguen abriéndose, las puertas de los ojos de Hijal, y empiezo a verme a mí mismo, como si ya nos conociésemos desde hace mucho, mucho tiempo...
- ¿Qué estas haciendo? -me pregunta,
- El Aleph...
Las lágrimas de la chica, o mujer, que está delante de mí parecen querer salir por una de aquellas puertas. Alguien dijo que las lágrimas son la sangre del alma, y es eso lo que veo ahora, porque he entrado en un túnel, estoy yendo al pasado, donde también ella me espera. Sí, ella está allí, frente a mí, arrodillada en el suelo sonriendo, diciendo que el amor puede salvarlo todo, pero yo veo mis ropas, mis manos, una de ellas tiene una pluma...
- ¡Para!- grito.
Hijal cierra los ojos.
Paulo Coelho
El Aleph.
2 commenti:
Del conjunto de relatos recogidos en El Aleph de Borges, el mejor, sin duda, es el primero, El inmortal. Búscalo en mi blog.
Vaya, hacia un buen rato que no me pasaba por tu blog. Veo que sigues actualizando con textos buenisimos, como siempre. Me ha encantado esta entrada. Como todas las demas! Por cierto, he actualizado mi blog con un nuevo relato, tras un mes sin publicar nada... Pasate si quieres, seras bienvenida! Un beso.
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