Y vuelvo a caer en la dulce tentación de derramar lágrimas, de temblar, y luego reír mientras sorbo por la nariz. Así de estúpida, así de incomprensible, así de tonta, así de niña, así de Mery, así de María.
Me analizo pero no encuentro nada, o quizás demasiado. Todo. Encuentro todo. Todo lo que soy, todo lo que pienso, todo lo que temo, todo lo que amo. Me analizo. ¿Lo hago mal? Lo hago como me sale de dentro. ¿Mal? Repito. ¿Tan mal lo hago...?
Contradecirse. Una y otra vez. Tantas veces que al final acabo peor de como había empezado. Putearse. Palabra fuerte y además, suena bastante feo. Pero la usamos. Demasiado. Y yo no lo siento así, porque decimos cosas que no son verdad. No las pensamos, no las sentimos, pero las decimos. ¿Hacer daño? Me hago daño sin quererlo.
Dureza. ¿Por qué? ¿Me puedes responder? No, no puedes. Y yo tampoco. Pero, ¿sabes qué? Que da lo mismo. Porque hay cosas que en un momento dado dan igual, se vuelven irrelevantes después de todo lo vivido. Porque hay cosas que son mas importantes, y cuando te das cuenta de eso significa que has dado un gran paso. Siempre hay algo peor de lo que estás viviendo, porque hacemos un mundo de algo insignificante. Y yo la primera, y me da rabia darme cuenta cuando ya ha pasado. Hay que contar antes de hablar, hay que pensar en frío. Las emociones son buenas a veces, otras..., hacen daño. Sí, hacen daño. Da igual el lugar o la hora, lo importante es lo importante. Y cuando te falte eso te darás cuenta.
Eso es la presencia.
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