Tirada en su cama mira las horas pasar desde el balcón de su almohada, y nunca falla al ser ella, nunca falla cuando al buscar en sus recuerdos detiene esa lágrima prohibiéndole el paso. Aún queda alguna herida por sanar, lo sabe. Y no le asusta, pero cuando cae la noche y la noche se desploma sobre sus pestañas, ella revive con fuerza, prometiéndose a sí misma no volver a caer. No, no lo hará. No buscará, no esperará. No. Nadie puede introducirse en ella y sentir, como ella no puede introducirse en otros y sentir lo que otros sienten. Es consciente de ello, y jamás se lo ha reprochado a la vida.
¿Necesita una disculpa? Quizá si, quizá no.
Anocheció hace un segundo, y al caer las estrellas un suspiro cayó de sus labios sellados; al caer la luna sobre su alma compleja, se torció la veleta perdiendo el norte, confundiendo el concepto del viento que silba revolviendo sus cabellos. Las luces de la ciudad se reflejan en el fondo de sus ojos oscuros, y la sensación de encontrarse nunca cesa. Estuvo tan perdida, tanto, tanto... Y esa voz que le hacía tornar su expresión a la durez impropia de una niña, y esa voz que jamás la dejó sola. Esa voz que fue ella misma y a la que tiene tanto que agradecerle...
Pasan los días dentro de sus manos, dentro de sus palabras, de sus razonamientos dentro de su mente que nunca para de funcionar, de hacer y deshacer trenzas constatadas de estúpidas hipótesis y deseos de otra vida. Viaja hacia lugares que otros no pueden ver, mientras alguien le dice; vuelve...
Pero sus dimensiones van más allá...
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