Tal vez hay días en los que brillo por mi energía, y otros en los que puedo apagar la de cualquiera. Cierto es que mis cambios de humor son tremendamente bruscos, y que la única culpable soy yo.
Conmigo nada es fácil, como dice la canción. Pero, ¿a quién le importa? Puede que no quiera hablar de lo que me pasa. Al fin y al cabo, no tiene solución. La vida se desarrolla de forma inquebrantable, y seguro que las cosas que me preocupan son absurdeces. Pero no por ser absurdeces me siento mejor.
Con el teléfono en la mano, sin ningún plan mejor que sentarme frente al ordenador. ¿Todavía me preguntáis? Pero qué mas da, esta vida sigue. Absurda. Soy absurda. Me siento absurda, me siento quejica. Incluso egoísta a veces.
Por eso me callo.
Demasiado tiempo para imaginar, para pensar. Para asustarme, para relajarme. Demasiado tiempo sola, en mi cabeza ya hay agujeros.
Hay silencios eternos en mi habitación. Ojalás se amontonan en mi mente. Ójala que... Ójala no... Ójala. Ójala. Ójala.
No dejan de ser eso. Pensamientos deliberados de lo que podría ser, pero no es. Nombres aparecen en mi mente y enseguida se esfuman por distintas razones.
Hay momentos en los que de repente me río de mí misma. Hay momentos en los que me hundo debajo de las sábanas y grito en mi mente que no quiero salir de ahí en meses. Hay momentos en los que un rayo de esperanza me alcanza sin querer. Rayo que no es de verdad, esperanzas falsas. Nada cambiará. Y me vuelvo a sentir egoísta.
La vida sigue, sí.
Al fin y al cabo, nadie tiene la culpa de que tenga tanto tiempo libre.
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