Podemos colocarnos, cerrar las ventanas y tragarnos el humo; yo el tuyo y tú el mío. Podemos deslizar nuestras manos por las paredes y quemarnos las yemas de los dedos con una vela, sentirnos como estrellas de rock de décadas pasadas y escribir alguna gilipollez en el espejo.
Podemos derretir vicios, sobrevivir a las noches, rasgarnos la piel y caminar sobre espaldas desnudas. Podemos no vestirnos, no conocernos, reinventarnos, hacernos daño, titularnos y no contarnos. No escribirnos. O no. Podemos posponer límites hasta llegar a abismos desolados y desiertos, buscando un último atisbo de aire que llevarnos a los pulmones. Podemos incendiar la habitación y esperar a quemarnos, desafiarnos haciéndonos pasar por personas importantes siendo unos don nadie. Podemos asfixiarnos en nuestras propias bocas y salvarnos del insomnio innato. Podemos crujirnos los huesos y beber alcohol, del que se usa para curar las heridas. Podemos actuar, gritarnos, retorcernos, odiarnos, pirarnos, no soportarnos, silenciarnos. Podemos llenar la bañera y ahogarnos, que el agua rebose, e inunde el baño, e inundarnos. Podemos atracarnos en otras vidas, tentarnos, caernos, rendirnos. Podernos bailarnos el agua.
Podemos hacer lo que nos de la puta gana.
Sí, podemos.