Derramó el café sobre los papeles, mirándome fijamente, retándome.
Está bien, de todas formas, tampoco eran importantes.
La tercera noche consiguió abrir la puerta del tejado, y, contándome historias que nunca llegué a creer, me hizo el amor como nunca nadie antes me lo había hecho.
Decidió que el pasado no era importante, pero no entendió que a mí, eso de hablar del futuro, no me sienta bien.
Nos gritábamos con frecuencia; a veces borrachos, superando los límites de coherencia que habíamos establecido con anterioridad.
Éramos raros. Nos odiábamos con tanta fuerza que el amor surgía en los vértices de nuestros cuerpos agudos y afilados, y dolía. Joder, que si dolía.
Porque sí, hablábamos largo y tendido sobre las probabilidades de que nuestros universos chocaran alguna madrugada de esas que nos daban por pasar juntos bebiendo tequila. Pensábamos en cómo arreglar el mundo, tumbados en el suelo mirando el techo a dos aguas de ese desván destartalado en el piso 43 de la calle sin nombre, y en los silencios la tensión era agotadora, era como el silencio con olor a destrucción que tiene lugar justo antes de que una bomba estalle en alguna de esas películas. Después, no voy a hablar de fuegos artificiales; de explosiones nucleares, tal vez.
Y nos curábamos las heridas tras hacernos daño, y se convirtió en mi kriptonita y yo en su mayor adicción, si..., es cierto...
Me pasaba días y días con su camisa malviviendo, me paseaba delante de él mientras leía alguno de sus libros tirado en la cama, mirándome de reojo, a veces me decía; "Lo haces solo por joder."
Y era una de las pocas verdades que recuerdo haber escuchado.
Solo éramos sinceros con la mirada, y con esas sonrisas que a veces salen huyendo de tu coraza y acaban en un estúpido suspiro mientras encoges los hombros, como diciendo; 'vale, está bien.., pero deja de mirarme así.'
Hablaba atándome con cuerdas invisibles, y parecía no recordar que éramos el mayor desastre creado por Dios. Yo no soy de esas, le repetía cada día, a cada hora, a cada minuto, a cada exhalo; 'yo no soy de esas..., ¿sabes?, yo no soy de esas.'
Quizás nos equivocamos al creer que éramos inmortales, al mover la cama al ventanal y quitar las cortinas coronándonos como los putos reyes del mundo, al seguirnos el uno al otro hasta los límites más peligrosos, al seguirnos el uno al otro saltando a los abismos de vidas varias.
'El futuro nunca llega cuando planeas cada segundo de tu vida', solía decirle, 'no intentes hacer de mí alguien que no soy; no me vestiré de blanco para ti.'
Y esa noche el universo estalló en miles de pedazos, de retales de una historia apoteósica, inverosímil, maravillosamente desastrosa, y jodidamente hermosa.
Cerré los ojos y aguanté la respiración.
Y se fue diciéndome esa frase que he leído antes tantas veces por ahí;
"La próxima vez me buscaré alguien más normal".
Ahora sé que la felicidad es efímera, y que probablemente la única persona que te comprenda, te apoye en tus decisiones y te acepte, sin rencores, sin hipotecar sentimientos; seas tú mismo.
Y eso puede ser lo más amargo o lo más maravilloso de tu vida.